De algun modo, he terminado con el libro de Frankestein entre mis manos para leer. Ya tocaba, después de casi veinte años de vida gótica empedernida, envuelta entre figuras como Drácula o El Fantasma de la Ópera, visitar a una de las obras pioneras -si no la obra por excelencia-, que le da pie a muchos de los tropos que adoro leer y disfrutar. E imaginar y escribir sobre ellos.
¿Por qué no antes? Probablemente porque mis primeras impresiones de lo que la cultura popular ofrece acerca de la figura de Frankestein es el monstruo verde de plataformas y tornillos en el cuello con la cara cuadrada. Y claro, a mi pequeña persona eso no le atraía tanto como el susurro de una ondeante capa negra en la noche, la música de órgano o beber sangre a la luz de la luna.
Para cuando pude entender que esa era solo una de las tantas representaciones de la Criatura -algo que deberia haberme imaginado, despues de pasarme más de media vida investigando las tantas y tantas interpretaciones de la historia de mi querido Fantasma de la Ópera-, habia perdido parte de mi propia chispa por investigar, por estudiar y cabilar sobre estas figuras. Es algo terrible que contar, algo triste y desgraciado. La parte buena es que me di cuenta a tiempo. Y estoy en proceso de recuperarla, y recuperarme.
Como parte de mi recuperación, he recuperado la pasión por la lectura. Andaba algo desencantada con lo ultimo que andaba leyendo, ¡incluso si me gustaba muchísimo! Me transmitía demasiada angustia y desesperanza en un momento en que no lo estoy tolerando demasiado bien. Por lo que, buscando algo nuevo, pensé que la mejor idea podía ser darle un intento a Frankestein. Lo sé, lo sé, no es el paradigma de algo ligero y esperanzador, donde todo son sonrisas y buenas caras. Y aun así, hay algo dentro de mi que encuentra consuelo, entendimiento y comfort en los libros del romanticismo frenético y de las páginas decimonónicas. Rarezas que tiene cada uno.
Empecé esta lectura el 30 de noviembre -algo que cosquillea una parte de mi cerebro, ya que la Criatura es concebida una noche de noviembre- y lamenté el no haber leido antes esta obra, empezando por la introducción de la propia Mary Shelley. Yo era conocedora de su figura pero no había llegado a leer directamente su obra, su palabra escrita. Pero solo su introducción, me hizo sentir como si hablase directamente hacia mí, del mismo modo que me emociono y lagrimeo con el fragmento final de la serie The Office (US) cuando Pam mira directamente a cámara para hablarnos, para hablar directamente con el artista que llevo dentro. Si, una referencia a esta serie en medio de una disertación sobre Frankestein es anodino, pero es lo que hay.
Tras terminarlo ayer, día 6 de diciembre, le propuse a mi pareja ver la película por la noche. No sabía que esperar, visualmente sabía que me extasiaría, y al mismo tiempo, me llevé las manos a la cabeza con las principales diferencias entre la obra original y esta adaptación. Me llevé una grata sorpresa al ver a Charles Dance como el padre de Victor -no me lo esperaba pero siempre es un placer encontrarlo de esta manera-, y disfrute muchísimo de su interpretación, como del resto del elenco, que fue magnífico.
Algo dentro de mí estaba inquieto ya que podía no cuadrar en mi cuadriculado concepto de lo que es correctamente histórico y perfecto. Pero ¡qué demonios! Es la fantasía perfecta de la imaginación de cualquier romántico frenético, gótico y decimonónico que se precie. Es algo que me tengo que recordar a mi misma de cuando en cuando, parar a mi cerebro para que deje de sacarle defectos a todo y sencillamente disfrutar de la belleza que tengo ante mí.
Estoy en proceso de escribir una disertación mas extendida -y algo más objetiva- sobre ambas versiones, por lo que actualizaré este post con un enlace cuando esté terminada.
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